Una de las ventajas de cumplir años es que el cuerpo te obliga a parar. Cuando cumplí 50 años me dí cuenta de que el tiempo empezaba a tener otro significado para mí. Comencé a pensar muy a menudo en lo importante que era cada minuto de mi día, que la vida era corta y que, para aprovecharla de verdad, necesitaba lentitud.
Ahora, me gusta vivir en una casa con un trocito de tierra en el que puedo cultivar y por el que pasa un arroyo de estiaje. Me gusta investigar qué puedo cultivar y cuándo, cómo proteger lo más delicado o que se pueda helar en este clima de la sierra madrileña, qué plantas puedo poner para que sirvan de repelente a las plagas, qué flores poner para atraer a abejas y a otros insectos beneficiosos para la huerta… Amo tener un huertecito ecológico y sostenible, que mejora la tierra, en el que mis plantas resplandecen.
Me encanta tener un jardín que es una fresneda llena de pájaros y aves que cantan, ululan, graznan. Vivo en un lugar donde mis perros son felices porque podemos salir al campo a pasear en libertad, seguros y sin rumbo. Disfruto viéndolos felices, cómo olisquean, buscan rastros y saltan por las rocas.
Vivir en el campo me ha hecho más fácil pasar buenos ratos con amigos y familia y mejores ratos aún conmigo misma sin necesidad de salir o de alejarme de casa. Y eso, ahora con mi edad, cada día lo aprecio más.

Después de años cuidando a mis hijos, trabajando y emprendiendo sin parar, por fin, con mis hijos crecidos, tengo suficiente tiempo para centrarme en lo que me interesa y despierta mi pasión y mi foco. Siempre pensaba: “esto me encanta pero ahora no tengo tiempo. Lo haré cuando me jubile”. Ahora no estoy jubilada ni cerca de estarlo pero, la conciencia de que el tiempo pasa más rápido me ha despertado la necesidad de que el momento es ahora.
Ahora dedico cada mañana a dar un paseo meditativo por el campo y dejo fluir mi mente. Soy ahora plenamente consciente de que mi edad madura, ser una mujer madura, tiene riesgos. Ya no me responde igual mi cuerpo cuando andurreo por el campo aunque tengo muchos más recursos que antes.
Y, sobre todo, la edad que tengo y haber sabido reducir mi ritmo a lo largo de estos años de vivir en el campo me muestra oportunidades que se abren ante mis ojos sin parar para hacer y aprender todo aquello que aparqué porque pensaba que había cosas que requerían más mi atención que yo misma.
Ahora, es el momento perfecto para dedicarlo a ser feliz en calma, para realizar todas las cosas que me llenaban pero creía menos prioritarias. Esas que me traían esa felicidad de la niña jugando, que me ayudaban a entrar en un estado de tranquilidad y conexión que me hacían rozar, por un momento, la grandeza poética del universo.
Sentir la felicidad y el agradecimiento, al levantarme cada día, de que aunque en mi jornada haya trabajo, haya lavadoras que poner, haya miles de cosas que hacer – tengo la claridad y la calma para dedicarme tiempo, para dedicar tiempo a no hacer y ser consciente de que tengo un día entero por delante para vivir desde esa calma y desde ese saber que da la conciencia de que el tiempo es fugaz y que es lo único que tenemos y lo único que nos iguala a todos.
Ya no me pregunto cada día lo que quiero hacer con mi tiempo libre. Cuando llega el momento en que mis tareas de empresa y casa están listas, dedico mi tiempo a lo que me apetece. Así, hay días que los dedico a aprender un nudo nuevo que incorporar a futuras esculturas y otros, me siento varias horas con un té a contemplar lo que pasa a mi alrededor en el jardín. Ya no siento la pulsión de que tengo que hacer algo, la condena a la que estuve sometida de mi propia impaciencia, de la necesidad de hacer. Hace tiempo que me dí cuenta de que, sentarse a no hacer nada, es lo más productivo que hago. Y eso me lo trajo vivir en el campo y aprender a parar.

Ahora, cuando paseo, dejo que la naturaleza obre su milagro en mí, y escucho. Es una sensación de volver a nacer, de quitarle una capa a la cebolla y acercarme a mi esencia, de ser como el agua y fluir.
Vivir centrada, vivir en el campo, rodeada de naturaleza me ha ayudado a entender el ritmo sano para mi cuerpo. Gracias a ese ritmo lento adquirido, he podido dedicar ya muchos años a trabajar en cosas alineadas con mis valores: el valor del arte y la expresión artística, el cuidado de la naturaleza, elegir las relaciones que me ayudan a crecer como ser humano, el valor de nuestra cultura y de nuestras tradiciones, el valor de la gente que te tiende una mano … y tantos otros.
El sentimiento de fragilidad que me trajo cumplir 50 años – hace ya unos cuantos – me hizo replantearme cómo quería vivir. Me trajo la oportunidad de un nuevo comienzo, ahora desde el interior.
Me dí cuenta de que era el momento de recuperar la utopía de una infancia feliz: vivir centrada y conectada conmigo, entablar relaciones profundas con otras personas, vagabundear sin rumbo por la calle y en espacios abiertos, en contacto con la naturaleza, escuchar a mi cuerpo, recuperar los placeres pequeños perdidos, dedicarle de nuevo tiempo a mi arte, a aprender, a leer y a mis hobbies.
Cumplir años te regala la oportunidad de bajar el ritmo de tu vida. La vida pasa rápido y es el momento de replantearte tu ritmo vital, de empezar a escucharte a ti misma y replantearte qué quieres, qué te gusta y qué te hace feliz.
A mí me hace feliz parar, pasear por el campo, me hace feliz hacer arte, dedicarme a emprender en Germinando Rural para hacer lo que me apasiona y con lo que siento que ayudamos a mejorar este mundo de locos en el que vivimos, contemplar la naturaleza, estudiar cosas nuevas.
Aprender a parar me trajo propósitos nuevos y objetivos renovados y estimulantes que me han ayudado a desarrollar habilidades nuevas que me habrían parecido imposibles hace unos años.
Y, ¿sabes?, aprender a gestionar tu tiempo para poder hacer las cosas que te gustan no es lo primero que necesitas. Lo que necesitas ahora, es probar a decir que no a lo que no quieres y aprender cómo decirte que sí a ti misma, pararte, desacelerar y ser tú el cambio que deseas ver en el mundo.
Cumplir cierto número de años va de la mano de ciertos prejuicios e ideas equivocadas que te limitan cuando, en realidad, cumplir años te invita a parar, a bajar tu ritmo y a cambiarlo para regalarte la oportunidad de explorar cosas nuevas y otros modos de vivir que tenías aparcados porque los veías lejanos o imposibles de conseguir.
Parar por fin, vivir tranquila, con sensación de paz, encontrarte a gusto con tu vida, es el ingrediente imprescindible para comenzar a crear proyectos que te salgan bien.
A ti, que ves que cumples años y quieres parar y empezar a moverte a otro ritmo, a desarrollar todo tu potencial y vivir tranquila en el campo. A ti, nosotros podemos ayudarte a hacer esa transición de la prisa a la calma para que, después, puedas elegir el pueblo donde hacer realidad todos esos proyectos que anidan en tu corazón y en tu cabeza.
Si quieres que te ayudemos a conseguirlo, apúntate aquí a la formación gratuita en directo del día X de XXXX en la que te contaremos el paso a paso necesario para conseguir que tu sueño de parar e irte al campo se haga realidad. Y, tranquila, si ya se ha pasado la fecha, haz clic también porque te habremos dejado el replay para que puedas verlo.
Y cuéntanos, ¿qué te gustaría conseguir?¿qué te gustaría hacer cuando cambies tu ritmo por uno más tranquilo y vivas en un pueblo?¿Conoces otros ejemplos de personas que han conseguido ? ¿Podrías ser tú misma un ejemplo que inspire a otras mujeres? Déjame un comentario y cuéntame tu experiencia de vivir en la ciudad y cómo es tu sueño de vivir en un pueblo.